Pronto lo colgaré en una percha y quedará allí como trofeo de una vida frente a los alumnos.
Yo no sé de colores políticos, insisto, me aferro al blanco que caracteriza a la escuela y al verde del pizarrón donde escribo.
Puedo decir con certeza que me han tocado vivir momentos de esplendor y otros que no brillaron tanto. Pero siempre sabiendo que a mi lado había compañeras y arriba mío, un respaldo.
Por distintas circunstancias, en los últimos años, se han encargado de ir ensuciando esos guardapolvos blancos. Nos han enfrentado con la sociedad, los padres de nuestros alumnos, quebrando la segunda pata donde se apoya la educación, nos han quitado credibilidad frente a ellos, han hecho que nos pierdan el respeto.
La defensa de nuestro salario y el manejo que se hace cada principio y fin de año, ha ido minando la cordialidad que existía entre el maestro y la familia.
De a poco han ido retirando a los directivos de las escuelas, convocándolos a participar de capacitaciones a las que no se pueden negar a concurrir dejando así las escuelas acéfalas, apolillando la segunda pata de la mesa; y digo apolillando porque el trabajo es lento y sostenido.
Y ahora está en peligro la tercera pata, los alumnos y los docentes que pueblan las aulas, los que HACEN ESCUELA.
La sentida carta de una maestra de una escuela de Pilar donde se desplomó parte de un techo y lastimó a dos niños. "Están en peligro los alumnos y los docentes que pueblan las aulas" #EscuelasSeguras pic.twitter.com/Sp7YIhyJF4
— Pilar de Todos (@PilarDeTodos) 15 de marzo de 2019
Concurren a establecimientos en los que su seguridad no está garantizada; y para eso recurro a su memoria, lector.
Escuelas saqueadas, incendiadas, voladas, con la consecuente pérdida de vidas.
Donde se instalan estufas pero no se pueden usar porque hay pérdidas de gas.
Donde se cambian inodoros pero hay pérdidas de agua.
Donde se mezclan zapatillas nuevas de primer día de clases con líquidos cloacales.
Donde hay robótica. En fin. Por cada cabeza desfilará un caso particular.
Veo una mano negra que se cierne sobre las blancas palomitas de Don Efraín.
Y mi imaginación que es hija de la literatura que adoro me lleva a mezclar estos acontecimientos tan nefastos con palabras de funcionarios que osaron esbozar la idea de privatizar la educación.
Ayer fueron Sandra y Rubén, hoy pudieron haber sido criaturas inocentes que coloreaban el Escudo Nacional.
Mi tristeza es infinita. Me resisto a pensar que “todo pasado fue mejor”. Siempre pensé que el futuro me depararía mayores alegrías.
Los hechos de público conocimiento me obligan a dudar.
Si “a quien corresponda” lee esta carta, y además sucede que es funcionario, póngase por un momento un guardapolvo blanco y sienta.
Sienta como sentimos los maestros.
Tome una tiza, un libro, un cuaderno, un lápiz sin punta e imagine que delante suyo tiene 36/40/43 alumnos, hijos de padres, vecinos, amigos, conocidos y de los otros, y que esperan lo mejor para ellos, mejor incluso que lo que ellos son.
Y también la tranquilidad de saber que, al menos por cuatro horas, están en manos de aquella/ aquel segunda/o mamá o papá.
¿Cómo no ofrecerles lo mejor?
Adriana Baroni.